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La Institucionalización en la Tercera Edad
jueves 26 de mayo de 2016

La Institucionalización en la Tercera Edad

El aumento en la esperanza de vida requiere una atención en salud calificada de los adultos mayores. La Dra. Mónica García Mazzotta, Jefa del Servicio de Psiquiatría y Psicología de Grupo Gamma, nos explica los distintos factores de este fenómeno y lo que implica para las personas que cumplen tareas de cuidador y de cuidado.


En el año 1900, la mayoría de las personas no sobrevivía más de 50 años, padres e hijos tenían que afrontar el hecho de ser adultos simultáneamente durante un breve período de vida. Estudios prospectivos desde el censo nacional del año 2010, establecen que, en la actualidad, la esperanza de vida de la población en nuestro país es de 77,69 años (74,06 en hombres y 81,09 en la mujer).

La población de adultos mayores se incrementa en los grandes centros urbanos, no siendo la excepción conglomerados como el ejido de la Ciudad de Rosario y su zona de influencia.

Un nuevo escenario socio-sanitario se nos presenta: el incremento en las expectativas de vida y el hecho de que la edad avanzada es el primer factor de riesgo para enfermedades tan invalidantes como la enfermedad de Alzheimer, da paso a un aumento significativo en la cantidad de mayores dependientes o semi-dependientes, que requieren cuidados y atención especiales.

Esta situación afecta tanto a cuidados como cuidadores. Para los mayores, el cuidado es vivido como una afrenta que confirma la imposibilidad de seguir siendo como siempre. Para el cuidador significa la elaboración de un duelo, la caída de la imagen parental y la inversión de los roles: ser ahora el padre de tus padres, tomar las responsabilidades que antes asumía el cónyuge.

“Hay aún un largo camino por construir a partir de este desafío que nos significa como sociedad la longevidad(…)”

El rol del cuidador es pues un trabajo de 24 horas al día los 365 días del año, no reciben ningún beneficio económico, y su vida en general se transforma en un cúmulo de emociones encontradas donde la ira y el amor, la ternura y la ansiedad, la alegría y la decepción coexisten permanentemente. Y en general está signada por pequeños victorias y grandes derrotas.

Desde la década del 90 hasta aquí se ha investigado y estudiado cómo “Cuidar al Cuidador”, ya que el fracaso de su rol significa un alto costo tanto afectivo para el cuidador y el paciente, como económico para la familia y el sistema de salud de nuestras sociedades. El incremento de discapacidad de nuestros mayores va de la mano de altos costos asistenciales que tanto la familia como los sistemas privados y estatales de salud deben afrontar.

En este contexto, la demanda de Residencias de Estadía Permanente para Adultos Mayores se ha incrementado exponencialmente, siendo inadecuada tanto la oferta de vacantes como la cualidad del servicio asistencial que se brinda. Las necesidades de nuestros mayores no son ni homogéneas ni permanentes: discapacidades motrices, cognitivas, emocionales o simplemente soledad.

También es una realidad el hecho de que el proceso de capacitación tanto para los profesionales como para el personal en general (desde administrativos hasta maestranza) de estas instituciones está en proceso. El entrenamiento y la protocolización de sus tareas deben ser acordes al diagnóstico poblacional de cada Institución, que propenda a la optimización de su tarea cotidiana, y cree estándares razonables de evaluación y seguimiento de las tareas.

Hay aún un largo camino por construir a partir de este desafío que nos significa como sociedad la longevidad.

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